Investigación
sobre el entendimiento humano.
Sección VII, parte 2
Sobre la idea de conexión
necesaria
Hemos de apresurarnos por llegar
a una conclusión en esta cuestión, que ya se ha prolongado excesivamente. En
vano hemos buscado la idea de poder o conexión necesaria en todas las fuentes
de las que podíamos suponer se deriva. Parece que en casos aislados de la actividad (operation) de los cuerpos jamás
hemos podido, ni siquiera en el más riguroso examen, encontrar más que el que
un suceso sigue a otro, sin que seamos capaces de comprender la fuerza o poder
en virtud del cual la causa opera, o alguna conexión entre ella y su supuesto
efecto. La misma dificultad se presenta al examinar (contemplate) las
operaciones de la mente sobre el cuerpo: observamos que el movimiento de este
sigue el imperativo de la primera, pero no somos capaces de observar o representarnos
(conceive) el vínculo que une movimiento y volición, o la energía en virtud de
la cual la mente produce este efecto. La autoridad de la voluntad sobre sus
facultades e ideas no es tampoco más inteligible. De modo que en conjunto no se
presenta en toda la naturaleza un solo caso de conexión que podamos
representarnos (conceivable). Todos los
acontecimientos parecen absolutamente sueltos y separados. Un acontecimiento
sigue a otro, pero nunca hemos podido observar un vínculo entre ellos. Parecen
conjuntados pero no conectados. Y como no podemos tener idea de algo que no
haya aparecido en algún momento a los sentidos externos o al sentimiento
interno, la conclusión necesaria parece ser la de que no tenemos ninguna idea
de conexión o poder y que estas palabras carecen totalmente de sentido cuando
son empleadas en razonamientos filosóficos o en la vida corriente.
Pero aún queda un modo de evitar
esta conclusión y una fuente que todavía no hemos examinado. Cuando se nos presenta un objeto o suceso
cualquiera, por mucha sagacidad y agudeza que tengamos, nos es imposible
descubrir, o incluso conjeturar sin la ayuda de la experiencia, el suceso que
pueda resultar de él o llevar nuestra previsión más allá del objeto que
está inmediatamente presente a nuestra memoria y sentidos. Incluso después de
un caso o experimento en que hayamos observado que determinado acontecimiento
sigue a otro, no tenemos derecho a enunciar una regla general o anticipar lo
que ocurrirá en casos semejantes, pues se considera acertadamente una
imperdonable temeridad juzgar todo el curso de la naturaleza a raíz de un solo
caso, por muy preciso y seguro que sea. Pero
cuando determinada clase de acontecimientos ha estado siempre, en todos los
casos, unida a otra, no tenemos ya escrúpulos en predecir el uno con la
aparición del otro y en utilizar el único razonamiento que puede darnos seguridad
sobre una cuestión de hecho o existencia. Entonces llamamos a uno de los
objetos causa y al otro efecto. Suponemos que hay alguna conexión entre
ellos, algún poder en la una por el que indefectiblemente produce el otro y
actúa con la necesidad más fuerte, con la mayor certeza.
Parece entonces que esta idea de
conexión necesaria entre sucesos surge del acaecimiento de varios casos
similares de constante conjunción de dichos sucesos. Esta idea no puede ser
sugerida por uno solo de estos casos examinados desde todas las posiciones y
perspectivas posibles. Pero en una serie de casos no hay nada distinto de
cualquiera de los casos individuales que se suponen exactamente iguales, salvo
que, tras la repetición de casos
similares, la mente es conducida por hábito a tener la expectativa, al aparecer
un suceso, de su acompañante usual, y a creer que existirá. Por tanto, esta
conexión que sentimos en la mente, esta transición
de la representación de un objeto a su acompañante usual, es el sentimiento o
impresión a partir del cual formamos la idea de poder o de conexión necesaria.
No hay más en esta cuestión. Examínese el asunto desde cualquier
perspectiva. Nunca encontraremos otro
origen para esa idea. Esta es la única diferencia entre un caso del que
jamás podremos recibir la idea de conexión y varios casos semejantes que la
sugieren. La primera vez que un hombre
vio la comunicación de movimientos por medio del impulso, por ejemplo, como en
el choque de dos bolas de billar, no pudo declarar que un acontecimiento estaba
conectado con el otro, sino tan solo conjuntado con él. Tras haber
observado varios casos de la misma índole, los declara conexionados. ¿Qué cambio
ha ocurrido para dar lugar a esta nueva idea de conexión? Exclusivamente que
ahora siente que estos acontecimientos están
conectados en su imaginación y fácilmente puede predecir la existencia del uno
por la aparición del otro. Por tanto, cuando
decimos que un objeto está conectado con otro, solo queremos decir que han
adquirido una conexión en nuestro pensamiento y originan esta inferencia
por la que cada uno se convierte en prueba del otro, conclusión algo
extraordinaria, pero que parece estar fundada con suficiente evidencia. Tampoco
se debilitará esta a causa de cualquier desconfianza general en el
entendimiento o sospecha escéptica en lo que respecta a las conclusiones que
sean nuevas y extraordinarias. Ninguna conclusión puede resultarle más agradable
al escepticismo que la que hace descubrimientos acerca de la debilidad y
estrechos límites de la razón y capacidad humanas.
¿Y qué ejemplo más fuerte que el
presente puede presentarse de la debilidad e ignorancia sorprendentes del
entendimiento? Pues si nos importa conocer perfectamente alguna relación entre
objetos, con toda seguridad es la de causa y efecto. Solo gracias a ella podemos
alcanzar alguna seguridad sobre objetos alejados del testimonio actual de la
memoria y de los sentidos. La única
utilidad inmediata de todas las ciencias es enseñarnos cómo controlar y regular
acontecimientos futuros por medio de sus causas. En todo momento, pues, se
desarrollan nuestros pensamientos e investigaciones en torno a esta relación. Pero tan imperfectas son las ideas que
nos formamos acerca de ella, que nos es
imposible dar una definición justa de causa, salvo la de que es aquello que
es sacado de algo extraño y ajeno. Objetos similares siempre están conjuntados
con objetos similares. De esto tenemos experiencia. De acuerdo con esta
experiencia, podemos, pues, definir una
causa como un objeto seguido de otro, cuando todos los objetos similares al
primero son seguidos por objetos similares al segundo. O en otras palabras, el
segundo objeto nunca ha existido sin que el primer objeto no se hubiera dado.
La aparición de una causa siempre comunica a la mente, por una transición
habitual, la idea del efecto. De esto también tenemos experiencia. Podemos, por
tanto, de acuerdo con esta experiencia, dar otra
definición de causa y llamarla un objeto seguido por otro y cuya aparición
siempre conduce al pensamiento a aquel otro. Aunque ambas definiciones se
apoyan en circunstancias extrañas a la causa, no podemos remediar este
inconveniente o alcanzar otra definición más perfecta que pueda indicar la
dimensión (circumstance) de la causa que le da conexión con el efecto. No tenemos idea alguna de esta conexión,
ni siquiera una noción distinta de lo que deseamos conocer cuando nos
esforzamos por representarla (conception). Decimos, por ejemplo, que la
vibración de una cuerda es causa de determinado ruido. Pero ¿qué queremos decir
con esta afirmación? Queremos decir o que esta vibración va seguida por este
ruido y que todas vibraciones similares han sido seguidas por ruidos similares,
o que esta vibración es seguida por este ruido que, con la aparición de la una,
la mente se anticipa a los sentidos y se forma inmediatamente la idea de la
otra. Podemos considerar esta relación de causa y efecto bajo cualquiera de
estas dos perspectivas, pero más allá de estas no podemos tener idea de
aquella.
Recapitulemos los razonamientos de
esta sección: toda idea es copia de
alguna impresión o sentimiento precedente, y donde no podemos encontrar
impresión alguna, podemos estar seguros de que no hay idea. En todos los casos
aislados de actividad (operation) de cuerpos o mentes no hay nada que produzca impresión alguna ni que, por consiguiente,
pueda sugerir idea alguna de poder o conexión necesaria. Pero cuando
aparecen muchos casos uniformes y el mismo objeto es siempre seguido por el
mismo suceso, empezamos a albergar la noción de causa y conexión. Entonces
sentimos un nuevo sentimiento o impresión, a saber, una conexión habitual en el pensamiento o en la imaginación entre un
objeto y su acompañante usual. Y este sentimiento es el original de la idea
que buscamos. Pues como esta idea surge a partir de varios casos similares y no
de un caso aislado, ha de surgir del hecho por el que el conjunto de casos
difiere de cada caso individual. Pero esta conexión o transición habitual de la
imaginación es el único hecho (circumstance) en que difieren. En todos los
demás detalles son semejantes. El primer caso que vimos, el de movimiento
comunicado por el choque de dos bolas de billar –para volver a este obvio ejemplo–,
es exactamente similar a cualquier caso que en la actualidad puede
ocurrírsenos, salvo que no podríamos inicialmente inferir un suceso de otro, lo
cual podemos hacer ahora tras un curso tan largo de experiencia uniforme. No sé
si el lector comprenderá con facilidad este razonamiento. Temo que si
multiplicara palabras sobre él, o lo expusiera desde una variedad mayor de
perspectivas, se haría más oscuro e intrincado. En todo razonamiento abstracto
hay un punto de vista que si por fortuna podemos alcanzarlo nos aproximamos más
a la exposición del tema que con la elocuencia y dicción más exuberante del
mundo. Hemos de intentar alcanzar este punto de vista y guardar las flores de
la retórica para temas más adaptados a ellas.
David Hume, Investigación
sobre el entendimiento humano. Alianza Editorial (2002)