Crítica
de la razón pura. Prólogo a la 2ª edición
Texto
y resúmenes tomados de :
http://www.educa2.madrid.org/web/educamadrid/principal/files/62390901-1ef6-4f8e-8424-e9fcf2bad070/texto%20de%20lectura-%20Kant.pdf?t=1378908001415
Resumen del texto:
Kant hace una crítica de la
razón para descubrir hasta dónde llega su capacidad. Gracias a la nueva
concepción del conocimiento (revolución copernicana) descubre que en el
conocimiento hay un elemento subjetivo: lo a priori (categorías=conceptos
puros); gracias a dicho elemento los conocimientos se convierten en universales
y necesarios (es posible la ciencia). Pero las categorías por sí mismas no
producen el conocimiento (lo hacen posible, pero no lo producen). Para que el
conocimiento se produzca es necesario que las categorías se apliquen a los
datos de la experiencia (intuiciones sensibles). Este elemento (material) no se
da en la metafísica dogmática o especulativa, por eso la metafísica no nos
proporciona conocimiento, ni puede convertirse en ciencia. La metafísica
pretende conocer a Dios, el alma y el mundo pero al hacerlo traspasa los
límites de la experiencia que marca el límite de todo conocimiento.
Descartada la metafísica
dogmática, Kant propone una nueva metafísica: la metafísica crítica, cuya tarea
sería distinguir entre el uso teórico y el uso práctico de la razón.
La razón teórica se encarga de
establecer las condiciones que hacen posible el conocimiento (lo a priori) y
señalar el límite del mismo (la experiencia). De esta forma elimina la pretensión
de la metafísica dogmática de conocer a Dios y el alma (noumenos=lo
desconocido)
La razón práctica, en cambio, se
ocuparía de dichos noumenos como postulados de la misma, y de la libertad como
postulado de la moral.
Si la elaboración de los conocimientos pertenecientes al dominio de la
razón llevan o no el camino seguro de una ciencia, es algo que pronto puede
apreciarse por el resultado. Cuando, tras muchos preparativos y aprestos, la
razón se queda estancada inmediatamente de llegar a su fin; o cuando, para
alcanzarlo, se ve obligada a retroceder una y otra vez y a tomar otro camino;
cuando, igualmente, no es posible poner de acuerdo a los distintos
colaboradores sobre la manera de realizar el objetivo común; cuando esto ocurre
se puede estar convencido de que semejante estudio está todavía muy lejos de
haber encontrado el camino seguro de una ciencia: no es más que un andar a
tientas. Y constituye un mérito de la razón averiguar dicho camino, dentro de
lo posible, aun a costa de abandonar como inútil algo que se hallaba contenido
en el fin adoptado anteriormente sin reflexión.
Idea principal: la tarea de la
razón (filosofía) consiste en buscar el camino seguro para la ciencia.
Estructura:
Planteamiento del problema:
¿Cómo determinar si un saber es ciencia?
Criterios: a) que la razón
avance y no quede estancada y b) que haya consenso en la comunidad de sabios.
Tarea de la razón: buscar el
camino seguro para la ciencia, para lo cual será necesaria una autocrítica de la
propia razón (abandonar como inútil lo asumido anteriormente sin reflexión).
Que la lógica ha tomado este camino seguro desde los tiempos más
antiguos es algo que puede inferirse del hecho de que no ha necesitado dar
ningún paso atrás desde Aristóteles, salvo que se quieran considerar como
correcciones la supresión de ciertas sutilezas innecesarias o la clarificación
de lo expuesto, aspectos que afectan a la elegancia, más que a la certeza de la
ciencia. Lo curioso de la lógica es que tampoco haya sido capaz, hasta hoy, de
avanzar un solo paso. Según todas las apariencias se halla, pues,
definitivamente concluida.
En efecto, si algunos autores modernos han pensado ampliarla a base de
introducir en ella capítulos, bien sea psicológicos, sobre las distintas
facultades de conocimiento (imaginación, agudeza), bien sea metafísicos, sobre
el origen del conocimiento o de los distintos tipos de certeza, de acuerdo con
la diversidad de objetos (idealismo, escepticismo, etc.), bien sea
antropológicos, sobre los prejuicios (sus causas y los remedios en contra),
ello procede de la ignorancia de tales autores acerca del carácter peculiar de
esa ciencia. Permitir que las ciencias se invadan mutuamente no es ampliarlas,
sino desfigurarlas. Ahora bien, los límites de la lógica están señalados con
plena exactitud por ser una ciencia que no hace más que exponer detalladamente
y demostrar con rigor las reglas formales de todo pensamiento, sea éste a
priori o empírico, sea cual sea su comienzo o su objeto, sean los que sean los
obstáculos, fortuitos o naturales, que encuentre en nuestro psiquismo.
El que la lógica haya tenido semejante éxito se debe únicamente a su
limitación, que la habilita, y hasta la obliga, a hacer abstracción de todos
los objetos de conocimiento y de sus diferencias. En la lógica el entendimiento
no se ocupa más que de sí mismo y de su forma.
Naturalmente, es mucho más difícil para la razón tomar el camino
seguro de la ciencia cuando no simplemente tiene que tratar de sí misma, sino
también de objetos. De ahí que la lógica, en cuanto propedeútica, constituya
simplemente el vestíbulo, por así decirlo, de las ciencias y, aunque se
presupone una lógica para enjuiciar los conocimientos concretos que se abordan,
hay que buscar la adquisición de éstos en las ciencias propia y objetivamente
dichas.
Idea principal: la lógica es una ciencia desde los tiempos de
Aristóteles.
Estructura:
Razones por las que la lógica es una ciencia definitivamente
concluida: no ha dado un
paso atrás desde Aristóteles, ni tampoco hacia delante.
Los pretendidos avances no son ampliaciones sino desfiguraciones.
Los límites de la lógica: no hace más que exponer y demostrar las
reglas formales del pensamiento. En la lógica la razón únicamente se ocupa de
sí misma, prescindiendo de los objetos del conocimiento y de sus diferencias.
El éxito de la lógica se debe a su límite
Diferencia entre la lógica y la razón: La razón además de sobre sí
misma, también trata sobre los objetos
Ahora bien, en la medida en que ha de haber razón en dichas ciencias,
tiene que conocerse en ellas algo a priori, y este conocimiento puede poseer
dos tipos de relación con su objeto: o bien para determinar simplemente éste
último y su concepto (que ha de venir dado por otro lado), o bien para
convertirlo en realidad. La primera relación constituye el conocimiento teórico
de la razón; la segunda, el conocimiento práctico. De ambos conocimientos ha de
exponerse primero por separado la parte pura, sea mucho o poco lo que contenga,
a saber, la parte en la que la razón determina su objeto enteramente a priori,
y posteriormente lo que procede de otras fuentes, a fin de que no se confundan
las dos cosas. En efecto, es ruinoso el negocio cuando se gastan ciegamente los
ingresos sin poder distinguir después, cuando aquél no marcha, cuál es la
cantidad de ingresos capaz de soportar el gasto y cuál es la cantidad en que
hay que reducirlo. La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos
de la razón que deben determinar sus objetos a priori. La primera de forma
enteramente pura; la segunda, de forma al menos parcialmente pura, estando
entonces sujeta tal determinación a otras fuentes de conocimiento distintas de
la razón.
Idea principal: Distinción entre dos dos usos de la razón pura: a) el
uso teórico, cuya misión es poner las condiciones que hacen posible el objeto
(fenómeno=objeto conocido.).; b) el uso práctico, que pone las condiciones que
hacen posible la moral (noumeno = cosa en sí= lo desconocido).
En ambos casos hay que distinguir la parte pura (a priori), en el caso
del conocimiento sensible: el espacio y el tiempo, y en el caso del
conocimiento inteligible: las categorías; y la que procede de otras fuentes, en
el caso del conocimiento sensible: los estímulos externos, y en el conocimiento
inteligible: las intuiciones sensibles.
En el caso de la razón práctica, que se ocupa de la ética, la parte
pura es la ley moral.
Diferencia entre la matemática y la física: la primera es una ciencia
totalmente pura porque forma sus objetos enteramente a priori; la segunda
parcialmente, porque su conocimiento no depende totalmente de la razón.
La matemática ha tomado el camino seguro de la ciencia desde los
primeros tiempos a los que alcanza la historia de la razón humana, en el
admirable pueblo griego. Pero no se piense que le ha sido tan fácil como a la
lógica –en la que la razón únicamente se ocupa de sí misma– el hallar, o más
bien, el abrir por sí misma ese camino real. Creo, por el contrario, que ha
permanecido mucho tiempo andando a tientas (especialmente entre los egipcios) y
que hay que atribuir tal cambio a una revolución llevada a cabo en un ensayo,
por la idea feliz de un solo hombre. A partir de este ensayo, no se podía ya
confundir la ruta a tomar, y el camino seguro de la ciencia quedaba trazado e
iniciado para siempre y con alcance ilimitado. Ni la historia de la revolución
del pensamiento, mucho más importante que el descubrimiento del conocido Cabo
de Buena Esperanza, ni la del afortunado que la realizó, se nos ha conservado.
Sin embargo, la leyenda que nos transmite Diógenes Laercio –quien
nombra al supuesto descubridor de los más pequeños elementos de las
demostraciones geométricas y, según el juicio de la mayoría, no necesitados
siquiera de prueba alguna– demuestra que el recuerdo del cambio sobrevenido al
vislumbrarse este nuevo camino debió ser considerado por los matemáticos como
muy importante y que, por ello mismo, se hizo inolvidable. Una nueva luz se
abrió al primero (llámese Tales o como se quiera) que demostró el triángulo
equilátero. En efecto, advirtió que no debía indagar lo que veía en la figura o
en el mero concepto de ella y, por así decirlo, leer, a partir de ahí, sus
propiedades, sino extraer éstas a priori por medio de lo que él mismo pensaba y
exponía (por construcción) en conceptos. Advirtió también que, para saber a
priori algo con certeza, no debía añadir a la cosa sino lo que necesariamente
se seguía de lo que él mismo, con arreglo a su concepto, había puesto en ella.
Idea principal: La matemática fue el segundo saber, después de la
lógica, en convertirse en ciencia.
Estructura
¿Cuándo ocurrió? Cuando se descubre la demostración del triángulo
equilátero. Importancia de ese hecho: Descubrir que las propiedades matemáticas
no se extraen de las figuras u objetos, sino que se extraen de la propia razón
de forma a priori (sin tener en cuenta la experiencia), y que solamente puede
saberse a priori con certeza lo que se deduce de ello (lo puesto a priori por
la razón)
La ciencia natural tardó bastante más en encontrar la vía grande de la
ciencia. Hace sólo alrededor de un siglo y medio que la propuesta del ingenioso
Bacon de Verulam en parte ocasionó el descubrimiento de la ciencia y en parte
le dio más vigor, al estarse ya sobre la pista de la misma. Este descubrimiento
puede muy bien ser aplicado igualmente por una rápida revolución previa en el
pensamiento. Sólo me referiré aquí a la ciencia natural en la medida en que se
basa en principios empíricos.
Cuando Galileo hizo bajar por el plano inclinado unas bolas de un peso
elegido por él mismo, o cuando Torricelli hizo que el aire sostuviera un peso
que él, de antemano, había supuesto equivalente al de un determinado volumen de
agua, o cuando, más tarde, Stahl transformó metales en cal y ésta de nuevo en
metal, a base de quitarles algo y devolvérselo, entonces los investigadores de
la naturaleza comprendieron súbitamente algo. Entendieron que la razón sólo
reconoce lo que ella misma produce según su bosquejo, que la razón tiene que
anticiparse con los principios de sus juicios de acuerdo con leyes constantes y
que tiene que obligar a la naturaleza a responder, a sus preguntas, pero sin
dejarse conducir con andaderas, por así decirlo. De lo contrario, las
observaciones fortuitas y realizadas sin un plan previo no van ligadas a
ninguna ley necesaria. La razón debe abordar la naturaleza llevando en una mano
los principios según los cuales sólo pueden considerarse como, leyes los
fenómenos concordantes, y en la otra, el experimento que ella haya proyectado a
la luz de tales principio. Aunque debe hacerlo para ser instruida por la
naturaleza, no lo hará en calidad de discípulo que escucha todo lo que el
maestro quiere, sino como juez designado que obliga a los testigos a responder
a las preguntas que él les formula. De modo que incluso la física sólo debe,
tan provechosa revolución de su método a una idea, la de basar (no fingir) en
la naturaleza lo que la misma razón pone en ella, lo que debe aprender de ella,
de lo cual no sabría nada por sí sola. Únicamente de esta forma ha alcanzado la
ciencia natural el camino seguro de la ciencia, después de tantos años de no
haber sido más que un mero andar a tientas.
Idea del texto: Las ciencias de la naturaleza (experimentales)
encuentran el camino de la ciencia cuando descubren que a la naturaleza hay que
acercarse con las preguntas (hipótesis- experimentos-) que la propia razón
dicta y esperar la respuesta de ésta.
Estructura:
La ciencia natural ha tardado más en encontrar el camino de la ciencia
que la lógica y las matemáticas.
Personajes destacados que han ayudado a que la ciencia natural se
convierta en ciencia: Bacon, Galileo, Torricelli…
¿Dónde radica la novedad e importancia de estos científicos?. En
descubrir que es la razón quien proyecta las leyes naturales y los experimentos
que las demuestran. Siendo la naturaleza la encargada de corroborarlo. La razón
actúa como un juez que interroga a la naturaleza según un plan previo.
La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, completamente
aislado, que se levanta enteramente por encima de lo que enseña la experiencia,
con meros conceptos (no aplicándolos a la intuición, como hacen las
matemáticas), donde por tanto, la razón ha de ser discípula de sí misma, no ha
tenido hasta ahora la suerte de poder tomar el camino seguro de la ciencia. Y
ello a pesar de ser más antigua que todas las demás y de que seguiría
existiendo aunque éstas desaparecieran totalmente en el abismo de una barbarie
que lo aniquilara todo. Efectivamente, en la metafísica la razón se atasca
continuamente, incluso cuando, hallándose frente a las leyes que la experiencia
más ordinaria confirma, ella se empeña en conocerlas a priori. Incontables
veces hay que volver atrás en la metafísica, ya que se advierte que el camino
no conduce a donde se quiere ir. Por lo que toca a la unanimidad de lo que sus
partidarios afirman, está aún tan lejos de ser un hecho, que más bien es un
campo de batalla realmente destinado, al parecer, a ejercitar las fuerzas
propias en un combate donde ninguno de los contendientes ha logrado jamás
conquistar el más pequeño terreno ni fundar sobre su victoria una posesión
duradera. No hay, pues, duda de que su modo de proceder ha consistido, hasta la
fecha, en un mero andar a tientas y, lo que es peor, a base de simples
conceptos.
¿A qué se debe entonces que la metafísica no haya encontrado todavía
el camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la
naturaleza ha castigado nuestra razón con el afán incansable de perseguir este
camino como una de sus cuestiones más importantes? Más todavía: ¡qué pocos
motivos tenemos para confiar en la razón si, ante uno de los campos más
importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos
entretiene con pretextos vanos y, al final, nos engaña! Quizá simplemente hemos
errado dicho camino hasta hoy. Si es así ¿qué indicios nos harán esperar que,
en una renovada búsqueda, seremos más afortunados que otros que nos
precedieron?
Idea principal: La metafísica no ha alcanzado el camino cierto de la
ciencia aun siendo la ciencias más antigua
Estructura
Definición de metafísica: conocimiento especulativo de la razón que
prescinde de la experiencia.
Hechos que demuestran que la metafísica no es ciencia: que no progresa
y que los metafísicos están en disputas permanentes.
Conclusión: Hasta la fecha la metafísica es un mero andar a tientas, a
base de simples conceptos, alejada de la experiencia.
Problema: ¿A qué se debe este hecho? ¿Puede la metafísica encontrar el
camino seguro de la ciencia?
Me parece que los ejemplos de la matemática y de la ciencia natural,
las cuales se han convertido en lo que son ahora gracias a una revolución
repentinamente producida, son lo suficientemente notables como para hacer
reflexionar sobre el aspecto esencial de un cambio de método que tan buenos
resultados ha proporcionado en ambas ciencias, así como también para imitarlas,
al menos a título de ensayo, dentro de lo que permite su analogía, en cuanto
conocimientos de razón, con la metafísica. Se ha supuesto hasta ahora que todo
nuestro conocer debe regirse por los objetos. Sin embargo, todos los intentos
realizados bajo tal supuesto con vistas a establecer a priori, mediante
conceptos, algo sobre dichos objetos (algo que ampliara nuestro conocimiento)
desembocaban en el fracaso. Intentemos, pues, por una vez; si no adelantaremos
más en las tareas de la metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse
a nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad
de un conocimiento a priori de dichos objetos, un conocimiento que pretende
establecer algo sobre éstos antes de que nos sean dados. Ocurre aquí como con
los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguía explicar
los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de estrellas giraba
alrededor del espectador; probó si no obtendría mejores resultados haciendo
girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En la metafísica se
puede hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos. Si
la intuición tuviera que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo cómo
podría conocerse algo a priori sobre esa naturaleza. Si, en cambio, es el objeto
(en cuanto objeto de los sentidos) el que se rige por la naturaleza de nuestra
facultad de intuición, puedo representarme fácilmente tal posibilidad.
Idea principal: Revolución copernicana del conocimiento. Hasta ahora
el conocimiento debía regirse por la naturaleza de los objetos, a partir de
ahora serán los objetos los que deban regirse por la naturaleza de nuestro
conocimiento.
Estructura
Las matemáticas y la física han llegado a convertirse en ciencias
gracias al nuevo método. Veamos si ocurre lo mismo con la metafísica.
¿En qué consiste dicho método? En una revolución copernicana aplicada
al conocimiento. En virtud de ella será el sujeto, a través de lo a priori, y
no el objeto quien imponga las leyes del conocer. Lo a priori es lo que hace posible
la ciencia, pero para ello ha de aplicarse a la intuición sensible
(experiencia).
Ahora bien, como no puedo pararme en estas intuiciones, si se las
quiere convertir en conocimientos, sino que debo referirlas a algo como objeto
suyo y determinar éste mediante las mismas, puedo suponer una de estas dos
cosas: o bien los conceptos por medio de los cuales efectúo esta determinación
se rigen también por el objeto, y entonces me encuentro, una vez más, con el
mismo embarazo sobre la manera de saber de él algo a priori; o bien supongo que
los objetos o, lo que es lo mismo, la experiencia, única fuente de su
conocimiento (en cuanto objetos dados), se rige por tales conceptos. En este
segundo caso veo en seguida una explicación más fácil, dado que la misma experiencia
constituye un tipo de conocimiento que requiere entendimiento y éste posee unas
reglas que yo debo suponer en mí ya antes de que los objetos me sean dados, es
decir, reglas a priori. Estas reglas se expresan en conceptos a priori a los
que, por tanto, se conforman necesariamente todos los objetos de la experiencia
y con los que deben concordar. Por lo que se refiere a los objetos que son
meramente pensados por la razón –y, además, como necesarios–, pero que no
pueden ser dados (al menos tal como la razón los piensa) en la experiencia,
digamos que las tentativas para pensarlos (pues, desde luego, tiene que ser
posible pensarlos) proporcionarán una magnífica piedra de toque de lo que
consideramos el nuevo método del pensamiento, a saber, que sólo conocemos a
priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas.
Idea principal: Requisitos del conocimiento y límites del mismo.
Comienza diciendo que las intuiciones sensibles, a través de las
cuales captamos cualidades de los objetos, no son propiamente conocimiento;
para que se conviertan en tal es necesario que los conceptos a
priori=categorías del entendimiento se apliquen a dichas intuiciones. El
resultado será el fenómeno (objeto conocido).
Por lo tanto, lo que hace posible el conocimiento son las categorías o
conceptos a priori y quien marca el límite del mismo es la intuición sensible
(la experiencia)
Aquello de lo que no tenemos experiencia no puede ser conocido, pero
puede ser pensado.
Este ensayo obtiene el resultado apetecido y promete a la primera
parte de la metafísica el camino seguro de la ciencia, dado que esa primera
parte se ocupa de conceptos a priori cuyos objetos correspondientes pueden
darse en la experiencia adecuada. En efecto, según dicha transformación del
pensamiento, se puede explicar muy bien la posibilidad de un conocimiento a
priori y, más todavía, se pueden proporcionar pruebas satisfactorias a las
leyes que sirven de base a priori de la naturaleza, entendida ésta como
compendio de los objetos de la experiencia. Ambas cosas eran imposibles en el
tipo de procedimiento empleado hasta ahora. Sin embargo, de la deducción de
nuestra capacidad de conocer a priori en la primera parte de la metafísica se
sigue un resultado extraño y, al parecer, muy perjudicial para el objetivo
entero de la misma, el objetivo del que se ocupa la segunda parte. Este
resultado consiste en que, con dicha capacidad, jamás podemos traspasar la
frontera de la experiencia posible, cosa que constituye precisamente la tarea
más esencial de esa ciencia. Pero en ello mismo reside la prueba indirecta de
la verdad del resultado de aquella primera apreciación de nuestro conocimiento
racional a priori, a saber, que éste sólo se refiere a fenómenos y que deja, en
cambio, la cosa en sí como no conocida por nosotros, a pesar de ser real por sí
misma. Pues lo que nos impulsa ineludiblemente a traspasar los límites de la
experiencia y de todo fenómeno es lo incondicionado que la razón, necesaria y
justificadamente, exige a todo lo que de condicionado hay en las cosas en sí,
reclamando de esta forma la serie completa de las condiciones.
Idea principal: La metafísica no puede convertirse en ciencia porque
pretende conocer lo que está más allá de la experiencia, lo cual es imposible
ya que el conocimiento tiene un límite: la experiencia.
Explicación
Comienza diciendo que gracias al nuevo método (revolución copernicana
del conocimiento) se ha podido demostrar que en el conocimiento hay un elemento
a priori que aplicado a la experiencia produce el conocimiento. Dicho a priori
(categorías) es el que hace posible la ciencia, y por ello es un buen comienzo
para poder demostrar que la metafísica es ciencia.
Sin embargo, el optimismo desaparece al comprobar que el conocimiento
no puede ir más allá de la experiencia, lo cual hace imposible la metafísica
dogmática.
De esta forma el conocimiento se limita a los fenómenos, siendo la
cosa en sí (noumeno) algo que busca la razón como fundamento último de la
realidad pero que no podemos conocer.
Ahora bien, suponiendo que nuestro conocimiento empírico se rige por
los objetos en cuanto cosas en sí, se descubre que lo incondicionado no puede
pensarse sin contradicción; por el contrario, suponiendo que nuestra
representación de las cosas, tal como nos son dadas, no se rige por éstas en
cuanto cosas en sí, sino que más bien esos objetos, en cuanto fenómenos, se
rigen por nuestra forma de representación, desaparece la contradicción. Si esto
es así y si, por consiguiente, se descubre que lo incondicionado no debe
hallarse en las cosas en cuanto las conocemos (en cuanto nos son dadas), pero
sí, en cambio, en las cosas en cuanto no las conocemos, en cuanto cosas en sí,
entonces se pone de manifiesto que lo que al comienzo admitíamos a titulo de
ensayo se halla justificado. Nos queda aún por intentar, después de haber sido
negado a la razón especulativa todo avance en el terreno suprasensible, si no
se encuentran datos en su conocimiento práctico para determinar aquel concepto
racional y trascendente de lo incondicionado y sobrepasar, de ese modo, según
el deseo de la metafísica, los limites de toda experiencia posible con nuestro
conocimiento a priori, aunque sólo desde un punto de vista práctico.
Las ideas que aparecen en el texto son la diferencia entre fenómeno y
cosa en sí (noumeno), entre conocer y pensar, y entre razón teórica
(especulativa) y razón práctica.
Relación:
El nuevo método (revolución copernicana del conocimiento) nos permite
separar y distinguir entre lo que se puede conocer (fenómeno), de lo que se
ocupa la razón teórica; y lo que no se puede conocer, por traspasar las
fronteras de la experiencia, pero se puede pensar: el noumeno. Lo cual nos
permite abordar el estudio de lo desconocido (noumeno): la ibertad, Dios y el
alma desde otra perspectiva sin caer en una contradicción: desde la razón
práctica.
Esa tentativa de transformar el procedimiento hasta ahora empleado por
la metafísica, efectuando en ella una completa revolución de acuerdo con el
ejemplo de los geómetras y los físicos, constituye la tarea de esta crítica de
la razón pura especulativa. Es un tratado sobre el método, no un sistema sobre
la ciencia misma. Traza, sin embargo, el perfil entero de ésta, tanto respecto
de sus límites como respecto de toda su articulación interna. Pues lo propio de
la razón pura especulativa consiste en que puede y debe medir su capacidad
según sus diferentes modos de elegir objetos de pensamiento, en que puede y
debe enumerar exhaustivamente las distintas formas de proponerse tareas y
bosquejar así globalmente un sistema de metafísica. Por lo que toca a lo
primero, en efecto, nada puede añadirse a los objetos, en el conocimiento a
priori, fuera de lo que el sujeto pensante toma de si mismo. Por lo que se
refiere a lo segundo, la razón constituye, con respecto a los principios del
conocimiento, una unidad completamente separada, subsistente por sí misma, una
unidad en la que, como ocurre en un cuerpo organizado, cada miembro trabaja en
favor de todos los demás y éstos, a su vez, en favor de los primeros; ningún
principio puede tomarse con seguridad desde un único aspecto sin haber
investigado, a la vez, su relación global con todo el uso puro de la razón. A
este respecto, la metafísica tiene una suerte singular, no otorgada a ninguna
de las otras ciencias racionales que se ocupan de objetos (pues la lógica sólo
estudia la forma del pensamiento en general). Esta suerte consiste en lo
siguiente: si, mediante la presente crítica, la metafísica se inserta en el
camino seguro de la ciencia, puede abarcar perfectamente todo el campo de los
conocimientos que le pertenecen; con ello terminaría su obra y la dejaría, para
uso de la posteridad, como patrimonio al que nada podría añadirse, ya que sólo
se ocupa de principios y de las limitaciones de su uso, limitaciones que vienen
determinadas por esos mismos principios. Por consiguiente, está también
obligada, como ciencia fundamental, a esa completitud y de ella ha de poder
decirse: nil actum reputans, si quid superesset agendum (no da nada por hecho
mientras queda algo por hacer).
Idea principal: Una nueva concepción de la metafísica: la metafísica
crítica.
Estructura:
¿Cómo se llega a ella? Mediante una revolución (un nuevo método), a
imitación de las matemáticas y la física. Tal método es el objetivo de la
crítica de la razón pura especulativa (teórica).
¿En qué consiste la nueva metafísica? En una ciencia que se ocupa de
los principios del conocimiento (lo a priori) y de las limitaciones de su uso.
El conocimiento a priori se refiere únicamente al que procede del
sujeto no de fuera de él (ese es su límite); su importancia radica en que es la
condición de posibilidad de algo (el conocimiento, la moral…); es decir, sin lo
a priori no sería posible ese algo.
Se preguntará, sin embargo, ¿qué clase de tesoro es éste que pensamos
legar a la posteridad con semejante metafísica depurada por la crítica, pero
relegada por ello mismo, a un estado de inercia? Si se echa una ligera ojeada a
esta obra se puede quizá entender que su utilidad es sólo negativa: nos
advierte que jamás nos aventuremos a traspasar los límites de la experiencia
con la razón especulativa. Y, efectivamente, ésta es su primera utilidad. Pero
tal utilidad se hace inmediatamente positiva cuando se reconoce que los
principios con los que la razón especulativa sobrepasa sus limites no
constituyen, de hecho, una ampliación, sino que, examinados de cerca, tienen
como resultado indefectible una reducción de nuestro uso de la razón, ya que
tales principios amenazan realmente con extender de forma indiscriminada los
límites de la sensibilidad, a la que de hecho pertenecen, e incluso con
suprimir el uso puro (práctico) de la razón. De ahí que una crítica que
restrinja la razón especulativa sea, en tal sentido, negativa, pero, a la vez,
en la medida en que elimina un obstáculo que reduce su uso práctico o amenaza
incluso con suprimirlo, sea realmente de tan positiva e importante utilidad.
Idea principal: Utilidad de la metafísica crítica: separar y delimitar
los usos teórico y práctico de la razón.
Estructura:
Esta utilidad a primera vista parece meramente negativa, pues marca
unos límites estrictos a la razón especulativa (teórica) que no puede
traspasar: la experiencia. Pero esa restricción del uso teórico, hace posible
el uso práctico.
Ello se ve claro cuando se reconoce que la razón pura tiene un uso
práctico (el moral) absolutamente necesario, uso en el que ella se ve
inevitablemente obligada a ir más allá de los límites de la sensibilidad.
Aunque para esto la razón práctica no necesita ayuda de la razón especulativa,
ha de estar asegurada contra la oposición de ésta última, a fin de no caer en
contradicción consigo misma. Negar a esta labor de la crítica su utilidad
positiva equivaldría a afirmar que la policía no presta un servicio positivo
por limitarse su tarea primordial a impedir la violencia que los ciudadanos
pueden temer unos de otros, a fin de que cada uno pueda dedicarse a sus asuntos
en paz y seguridad. En la parte analítica de la crítica se demuestra: que el
espacio y el tiempo son meras formas de la intuición sensible, es decir,
simples condiciones de la existencia de las cosas en cuanto fenómenos; que
tampoco poseemos conceptos del entendimiento ni, por tanto, elementos para
conocer las cosas sino en la medida en que puede darse la intuición
correspondiente a tales conceptos; que, en consecuencia, no podemos conocer un
objeto como cosa en sí misma, sino en cuanto objeto de la intuición empírica,
es decir, en cuanto fenómeno. De ello se deduce que todo posible conocimiento
especulativo de la razón se halla limitado a los simples objetos de la
experiencia. No obstante, hay que dejar siempre a salvo y ello ha de tenerse en
cuenta -que, aunque no podemos conocer esos objetos como cosas en sí mismas, sí
ha de sernos posible, al menos, pensarlos. De lo contrario, se seguiría la
absurda proposición de que habría fenómeno sin que nada se manifestara.
La idea del texto es la diferencia entre razón teórica (especulativa)
y razón práctica; conocer y pensar; fenómeno y noumeno.
La tarea de la razón teórica es establecer las condiciones que hacen
posible el conocimiento ( el fenómeno) y marcar el límite del mismo: la
experiencia. Lo que hace posible el conocimiento son las categorías o conceptos
a priori del entendimiento. El límite del conocimiento es la experiencia
(intuición sensible).
De ello se deduce que no podemos conocer lo que está más allá de la
experiencia (noumeno o cosa en sí), pero sí podemos pensarlo (se puede pensar
todo lo que no sea contradictorio). Por eso podemos referirnos al noumeno desde
la razón práctica (la moral) ya que ésta nos permite traspasar los límites de
la experiencia.
Supongamos ahora que no se ha hecho la distinción, establecida como
necesaria en nuestra crítica, entre cosas en cuanto objeto de experiencia y
esas mismas cosas en cuanto cosas en sí. En este caso habría que aplicar a
todas las cosas, en cuanto causas eficientes, el principio de causalidad y,
consiguientemente, el mecanismo para determinarla. En consecuencia, no
podríamos, sin incurrir en una evidente contradicción, decir de un mismo ser,
por ejemplo del alma humana, que su voluntad es libre y que, a la vez, esa
voluntad se halla sometida a la necesidad natural, es decir, que no es libre.
En efecto, se habría empleado en ambas proposiciones la palabra alma
exactamente en el mismo sentido, a saber, como cosa en general (como cosa en si
misma). Sin una crítica previa, no podía emplearse de otra forma. Pero si la
crítica no se ha equivocado al enseñarnos a tomar el objeto en dos sentidos, a
saber, como fenómeno y como cosa en sí; si la deducción de sus conceptos del
entendimiento es correcta y, por consiguiente, el principio de causalidad se
aplica únicamente a las cosas en el primer sentido, es decir, en cuanto objetos
de la experiencia, sin que le estén sometidas, en cambio, esas mismas cosas en
el segundo sentido; si eso es así, entonces se considera la voluntad en su
fenómeno (en las acciones visibles) como necesariamente conforme a las leyes
naturales y, en tal sentido, como no libre pero, por otra parte, esa misma
voluntad es considerada como algo perteneciente a una cosa en sí misma y no
sometida a dichas leyes, es decir, como libre, sin que se de por ello
contradicción alguna.
No puedo, es cierto, conocer mi alma desde este último punto de vista
por medio de la razón especulativa (y menos todavía por medio de la observación
empírica) ni puedo, por tanto, conocer la libertad como propiedad de un ser al
que atribuyo efectos en el mundo sensible No puedo hacerlo porque debería
conocer dicho ser como determinado en su existencia y como no determinado en el
tiempo (lo cual es imposible, al no poder apoyar mi concepto en ninguna
intuición). Pero si puedo, en cambio, concebir la libertad; es decir, su
representación no encierra en sí contradicción ninguna si se admite nuestra
distinción crítica entre los dos tipos de representación (sensible e
intelectual) y la limitación que tal distinción implica en los conceptos puros
del entendimiento, así como también, lógicamente, en los principios que de
ellos derivan.
La distinción entre fenómeno (representación sensible) y cosa en sí o
noumeno (representación intelectual) nos permite concebir la libertad sin caer
en una contradicción porque no nos estamos refiriendo a ningún fenómeno, es
decir, a la propiedad de un ser sujeto a las leyes naturales (sensible), sino a
un noumeno, a algo que creemos y deseamos.
Explicación:
Si analizamos las personas tal y como las conocemos (como fenómenos)
hemos de concluir que no son libres en su forma de actuar, porque siempre
actúan por alguna causa natural: miedo, placer, interés, amistad.
Sin embargo, es necesario suponer, creer la libertad existe porque es
necesaria para que exista la moral. Esa libertad que no conocemos y en la que
creemos es la libertad en sí o la libertad como noumeno.
Supongamos ahora que la moral presupone necesariamente la libertad (en
el más estricto sentido) como propiedad de nuestra voluntad, por introducir a
priori, como datos de la razón, principios prácticos originados que residen en
ella y que serían absolutamente imposibles de no presuponerse la libertad.
Supongamos también que la razón especulativa ha demostrado que la libertad no
puede pensarse. En este caso, aquella suposición referente a la moral tiene que
ceder necesariamente ante esta otra, cuyo opuesto encierra una evidente
contradicción. Por consiguiente, la libertad, y con ella la moralidad (puesto
que lo contrario de ésta no implica contradicción alguna, si no hemos supuesto
de antemano la libertad) tendría que abandonar su puesto a favor del mecanismo
de la naturaleza.
El conocimiento de un objeto implica el poder demostrar su
posibilidad, sea porque la experiencia testimonie su realidad, sea a priori,
mediante la razón. Puedo, en cambio, pensar lo que quiera, siempre que no me
contradiga, es decir, siempre que mi concepto sea un pensamiento posible,
aunque no pueda responder de si, en el conjunto de todas las posibilidades, le
corresponde o no un objeto. Para conferir validez objetiva (posibilidad real,
pues la anterior era simplemente lógica) a este concepto, se requiere algo más.
Ahora bien, este algo más no tenemos por qué buscarlo precisamente en las
fuentes del conocimiento teórico. Puede hallarse igualmente en las fuentes del
conocimiento práctico (Nota de Kant).
Ahora bien. La moral no requiere sino que la libertad no se contradiga
a sí misma, que sea al menos pensable sin necesidad de examen más hondo y que,
por consiguiente, no ponga obstáculos al mecanismo natural del mismo acto
(considerado desde otro punto de vista).Teniendo en cuenta estos requisitos,
tanto la doctrina de la moralidad como la de la naturaleza mantienen sus
posiciones, cosa que no hubiera sido posible si la crítica no nos hubiera enseñado
previamente nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas ni
hubiera limitado nuestras posibilidades de conocimiento teórico a los simples
fenómenos.
Idea principal: La libertad como postulado de la ética.
Explicación:
No puede haber moral (ética) sin una voluntad libre, ya que la ética
kantiana exige que actuemos libremente, es decir, al margen de toda inclinación
natural. Pero dicha libertad no es un fenómeno (algo conocido). Ha sido
necesario que la crítica nos haya enseñado a distinguir entre fenómeno y
noumeno para poder pensar la libertad y hacer de ella el postulado (algo que no
se puede conocer ni demostrar, pero que hay que suponer para que sea posible la
ética) de la ética kantiana
Ésta misma explicación sobre la positiva utilidad de los principios
críticos de la razón pura puede ponerse de manifiesto respecto de los conceptos
de Dios y de la naturaleza simple de nuestra alma. Sin embargo, no lo voy a
hacer aquí por razones de brevedad. Ni siquiera puedo, pues, aceptar a Dios, la
libertad y la inmortalidad en apoyo del necesario uso práctico de mi razón sin
quitar, a la vez, a la razón especulativa su pretensión de conocimientos
exagerados. Pues ésta última tiene que servirse, para llegar a tales
conocimientos, de unos principios que no abarcan realmente más que los objetos
de experiencia posible. Por ello, cuando, a pesar de todo, se los aplica a algo
que no puede ser objeto de experiencia, de hecho convierten ese algo en
fenómeno y hacen así imposible toda extensión práctica de la razón pura.
La distinción entre razón teórica y razón práctica nos permite
concebir a Dios y el alma sin contradicción, y considerarlos como postulados de
la razón práctica.
Conclusión: el uso práctico de la razón sólo es posible limitando el
uso teórico de la misma.
Tuve, pues, que suprimir el saber para dejar sitio a la fe, y el
dogmatismo de la metafísica, es decir, el prejuicio de que se puede avanzar en
ella sin una crítica de la razón pura, constituye la verdadera fuente de toda
incredulidad, siempre muy dogmática, que se opone a la moralidad. Aunque no es,
pues, muy difícil legar a la posteridad una metafísica sistemática, concebida
de acuerdo con la crítica de la razón pura, si constituye un regalo nada
desdeñable. Repárese simplemente en la cultura de la razón avanzando sobre el
camino seguro de la ciencia en general en comparación con su gratuito andar a
tientas y con su irreflexivo vagabundeo cuando prescinde de la crítica. O bien
obsérvese cómo emplea mejor el tiempo una juventud deseosa de saber, una
juventud que recibe del dogmatismo ordinario tan numerosos y tempranos
estímulos, sea para sutilizar cómodamente sobre cosas de las que nada entiende
y de las que nunca –ni ella ni nadie– entenderá nada, sea incluso para tratar
de descubrir nuevos pensamientos y opiniones y para descuidar así el
aprendizaje de las ciencias rigurosas. Pero considérese, sobre todo, el
inapreciable interés que tiene el terminar para siempre, al modo socrático, es
decir, poniendo claramente de manifiesto la ignorancia del adversario, con
todas las objeciones a la moralidad y a la religión. Pues siempre ha habido y
seguirá habiendo en el mundo alguna metafísica, pero con ella se encontrará también
una dialéctica de la razón pura que le es natural. El primero y más importante
asunto de la filosofía consiste, pues, en cortar, de una vez por todas, el
perjudicial influjo de la metafísica taponando la fuente de los errores.
El dogmatismo metafísico (la metafísica tradicional. la pretensión de
conocer a Dios y el alma) se opone a la moralidad.
Ventajas de legar (dejar) a la posteridad una metafísica crítica (no
dogmática): garantizar el camino seguro de la ciencia; evitar que la juventud
pierda el tiempo en aprender algo que nunca nadie entenderá, para centrarse en
el aprendizaje de las ciencias rigurosas; y frenar los ataques a la moralidad y
a la religión.
La principal tarea de la filosofía consiste en cortar el influjo
perjudicial de la metafísica dogmática.
A pesar de esta importante modificación en el campo de las ciencias y
de la pérdida que la razón especulativa ha de soportar en sus hasta ahora
pretendidos dominios, queda en el mismo ventajoso estado en que estuvo siempre
todo lo referente a los intereses humanos en general y a la utilidad que el
mundo extrajo hasta hoy de las enseñanzas de la razón. La pérdida afecta sólo
al monopolio de las escuelas, no a los intereses de los hombres. Yo pregunto a
los más inflexibles dogmáticos si, una vez abandonada la escuela, las
demostraciones, sea de la pervivencia del alma tras la muerte a partir de la
demostración de la simplicidad de la sustancia, sea de la libertad de la
voluntad frente al mecanismo general por medio de las distinciones sutiles,
pero impotentes, entre necesidad práctica subjetiva y objetiva, sea de la
existencia de Dios desde el concepto de un ente realisimo (de la contingencia
de lo mudable y de la necesidad de un primer motor), han sido alguna vez
capaces de llegar al gran público y ejercer la menor influencia en sus
convicciones. Si, por el contrario, en lo que se refiere a la pervivencia del
alma, es únicamente la disposición natural, observable en cada hombre y
consistente en la imposibilidad de que las cosas temporales (en cuanto
insuficientes respecto de las potencialidades del destino entero del hombre) le
satisfagan plenamente, lo que ha producido la esperanza de una vida futura; si,
por lo que atañe a la libertad, la conciencia de ésta se debe sólo a la clara
exposición de las obligaciones en oposición a todas las exigencias de las
inclinaciones; si, finalmente, en lo que afecta a la existencia de Dios, es
sólo el espléndido orden, la belleza y el cuidado que aparecen por doquier en
la naturaleza lo que ha motivado la fe en un grande y sabio creador del mundo,
convicciones las tres que se extienden entre la gente en cuanto basadas en
motivos racionales; si todo ello es así, entonces estas posesiones no sólo
continuarán sin obstáculos, sino que aumentarán su crédito cuando las escuelas
aprendan, en un punto que afecta a los intereses humanos en general, a no
arrogarse un conocimiento más elevado y extenso que el tan fácilmente
alcanzable por la gran mayoría (para nosotros digna del mayor respeto) y,
consiguientemente, a limitarse a cultivar esas razones probatorias
universalmente comprensibles y que, desde el punto de vista moral, son
suficientes. La mencionada transformación sólo se refiere, pues, a las
arrogantes pretensiones de las escuelas que quisieran seguir siendo en éste
terreno (como lo son, con razón, en otros muchos) los exclusivos conocedores y
guardadores de unas verdades de las que no comunican a la gente más que el uso,
reservando para sí la clave ... Se atiende, no obstante, a una pretensión más
razonable del filósofo especulativo. Este sigue siendo el exclusivo depositario
de una ciencia que es útil a la gente, aunque ésta no lo sepa, a saber, la
crítica de la razón. Esta crítica, en efecto, nunca puede convertirse en
popular. Pero tampoco lo necesita. Pues del mismo modo que no penetran en la
mente del pueblo los argumentos perfectamente trabados en favor de verdades
útiles, tampoco llegan a ella las igualmente sutiles objeciones a dichos
argumentos. Por el contrario, la escuela, así como toda persona que se eleve a
la especulación, acude inevitablemente a los argumentos y a las objeciones. Por
ello está obligada a prevenir, de una vez por todas, por medio de una rigurosa
investigación de los derechos de la razón especulativa, el escándalo que
estallará, tarde o temprano, entre el mismo pueblo, debido a las disputas sin
crítica en las que se enredan fatalmente los metafísicos (y, en calidad de
tales, también, finalmente, los clérigos) y que falsean sus propias doctrinas.
Sólo a través de la crítica es posible cortar las mismas raíces del
materialismo, del fatalismo, del ateísmo, de la incredulidad librepensadora,
del fanatismo y la superstición, todos los cuales pueden ser nocivos en
general, pero también las del idealismo y del escepticismo, que son más peligrosos
para las escuelas y que difícilmente pueden llegar a las masas.
Si los gobiernos creen oportuno intervenir en los asuntos de los
científicos, sería más adecuado a su sabia tutela, tanto respecto de las
ciencias como respecto de los hombres, el favorecer la libertad de semejante
crítica, único medio de establecer los productos de la razón sobre una base
firme, que el apoyar el ridículo despotismo de unas escuelas que levantan un
griterío sobre los peligros públicos cuando se rasgan las telarañas por ellas
tejidas, a pesar de que la gente nunca les ha hecho caso y de que, por tanto,
tampoco puede sentir su pérdida.
Quienes han perdido con esta limitación a la razón especulativa son
las escuelas filosóficas que pretendían demostrar la existencia de Dios o la
inmortalidad del alma, no las enseñanzas de la razón o los intereses humanos.
No han perdido los intereses humanos porque los argumentos utilizados
por las escuelas no han sido nunca comprendidos por el público, ni han influido
en sus convicciones. Los hombres creen en la inmortalidad del alma porque las
cosas de este mundo no les satisfacen plenamente; creen en la libertad porque
sienten la obligación de actuar en contra de las inclinaciones; y creen en Dios
porque ven orden, belleza y cuidado en la naturaleza. Tampoco es perjudicada la
razón porque todos ellos son motivos racionales
Los recortes establecidos a la razón especulativa (teórica) afectan a
las escuelas porque éstas pretendían ser las exclusivas conocedoras de verdades
cuya clave se reservan para sí.
El camino más razonable es el del filósofo especulativo que, mediante
una crítica de la razón especulativa, descubrirá los límites de ésta, evitando
el escepticismo, el fanatismo, la superstición, etc.
Intervención del Estado: función tutelar, salvaguardar la ciencia, la
razón y la libertad frente a las escuelas.
La crítica no se opone al procedimiento dogmático de la razón en el
conocimiento puro de ésta en cuanto ciencia (pues la ciencia debe ser siempre
dogmática, es decir, debe demostrar con rigor a partir de principios a priori
seguros), sino al dogmatismo, es decir, a la pretensión de avanzar con puros
conocimientos conceptuales (los filosóficos) conformes a unos principios –tal
como la razón los viene empleando desde hace mucho tiempo–, sin haber examinado
el modo ni el derecho con que llega a ellos. El dogmatismo es, pues, el
procedimiento dogmático de la razón pura sin previa crítica de su propia
capacidad.
Diferencia entre dogmatismo y procedimiento dogmático
La crítica se opone al dogmatismo (proceder sin crítica previa), no al
procedimiento dogmático de la razón (demostraciones rigurosas a partir de
principios a priori que la propia razón ha validado críticamente).
Esta contraposición no quiere, pues, hablar en favor de la frivolidad
charlatana bajo el nombre pretencioso de popularidad o incluso en favor del
escepticismo, que despacha la metafísica en cuatro palabras. Al contrario, la
crítica es la necesaria preparación previa para promover una metafísica
rigurosa que, como ciencia, tiene que desarrollarse necesariamente de forma
dogmática y, de acuerdo con el más estricto requisito, sistemática, es decir,
conforme a la escuela (no popular). Dado que la metafísica se compromete a
realizar su tarea enteramente a priori y, consiguientemente, a entera
satisfacción de la razón especulativa, es imprescindible la exigencia
mencionada en último lugar. Así, pues, para llevar a cabo el plan que la
crítica impone, es decir, para el futuro sistema de metafísica, tenemos que
seguir el que fue riguroso método del célebre Wolf, el más grande de los
filósofos dogmáticos y el primero que dio un ejemplo (gracias al cual fue el
promotor en Alemania del todavía no extinguido espíritu de rigor) de cómo el
camino seguro de la ciencia ha de emprenderse mediante el ordenado
establecimiento de principios, la clara determinación de los conceptos, la
búsqueda del rigor en las demostraciones y la evitación de saltos atrevidos en
las deducciones. Wolf estaba, por ello mismo, especialmente capacitado para
situar la metafísica en ese estado de ciencia. Sólo le faltó la idea de
preparar previamente el terreno mediante una crítica del órgano, es decir, de
la razón pura. Este defecto hay que atribuirlo al modo de pensar dogmático de
su tiempo, más que a él mismo. Pero sobre tal modo de pensar, ni los filósofos
de su época ni los de todas los anteriores tienen derecho a hacerse reproches
mutuos. Quienes rechazan el método de Wolf y el proceder de la crítica de la
razón pura a un tiempo no pueden intentar otra cosa que desentenderse de los
grillos de la ciencia, convertir el trabajo en juego, la certeza en opinión y
la filosofía en filodoxia.
Para que la metafísica pueda convertirse en ciencia ha de rechazar el
dogmatismo y seguir el procedimiento dogmático.
Wolf fue el primero en seguir el procedimiento dogmático, aunque le
faltó rechazar el dogmatismo ( realizar la crítica de la razón pura).
Quienes no siguen el método dogmático y no rechazan el dogmatismo
convierten la certeza en opinión y la filosofía (amor a la sabiduría) en
filodoxia (amor a la opinión).
Por lo que a esta segunda edición se refiere, no he dejado pasar la
oportunidad, como es justo, de vencer, en lo posible, las dificultades y la
oscuridad de las que hayan podido derivarse los malentendidos que algunos
hombres agudos han encontrado al juzgar este libro, no sin culpa mía quizá. No
he observado nada que cambiar en las proposiciones y en sus demostraciones, ni
como en la forma y la completud del plan. Ello se debe, por una parte, a que
esta edición ha sido sometida a un prolijo examen antes de presentarla al
público y, por otra, al mismo carácter del asunto, es decir, a la naturaleza de
una razón pura especulativa. Esta posee una auténtica estructura en la que todo
es órgano, esto es, una estructura en la que el todo está al servicio de cada
parte y cada parte al servicio del todo. Por consiguiente, la más pequeña
debilidad, sea una falta (error) o un defecto, tiene que manifestarse
ineludiblemente en el uso. Este sistema se mantendrá inmodificado, según
espero, en el futuro. No es la vanidad la que me inspira tal confianza, sino
simplemente la evidencia que ofrece el comprobar la igualdad de resultado,
tanto si se parte de los elementos más pequeños para llegar al todo de la razón
pura, como si se retrocede desde el todo (ya que también éste está dado por sí
mismo a través de la intención final en lo práctico) hacia cada parte. Pues el
mero intento de modificar la parte más pequeña produce inmediatamente contradicciones,
no sólo en el sistema, sino en la razón humana en general. Ahora bien, queda
mucho que hacer en la exposición. En la presente edición, he intentado
introducir correcciones que remediaran el malentendido de la estética,
especialmente el relativo al concepto de tiempo; la oscuridad en la deducción
de los conceptos del entendimiento; la supuesta falta de evidencia suficiente
en las pruebas de los principios del entendimiento puro y, finalmente, la falsa
interpretación de los paralogismos introducidos en la psicología racional.
Hasta aquí únicamente (es decir, sólo hasta el final del primer capitulo de la
dialéctica trascendental), se atienden mis modificaciones en el modo de
exposición. En efecto, el tiempo era demasiado corto y, por lo que se refiere
al resto, no he hallado ningún malentendido de parte de los críticos
competentes e imparciales. Aunque no puedo mencionar a éstos elogiándolos como
se merecen, reconocerán por si mismos la atención que he prestado a sus
observaciones en los pasajes revisados. De cara al lector, sin embargo, esta
corrección ha traído consigo una pequeña pérdida que no podía evitarse sin
hacer el libro demasiado voluminoso. Es decir, algunas cosas que, aun no siendo
esenciales para la completud del conjunto, pueden ser echadas de menos por
algunos lectores, dada su posible utilidad desde otro punto de vista, han
tenido que ser suprimidas o abreviadas para dar cabida a una exposición que es
ahora, según confío, más inteligible. Aunque, en el fondo, no he cambiado nada
de lo que afecta a las proposiciones y a sus pruebas, el método de presentación
se aparta a veces tanto del empleado en la edición anterior, que no ha sido
posible desarrollarlo a base de interpolaciones. De todos modos, esta pequeña
pérdida, que puede remediar cada uno por su cuenta consultando la primera
edición, se verá compensada con creces, según espero, por una mayor claridad en
esta nueva edición. Me ha complacido gratamente el observar, a través de
diferentes escritos públicos (sea en la recensión de algunos libros, sea en
tratados especiales), que no ha muerto en Alemania el espíritu de profundidad,
sino que simplemente ha permanecido por breve tiempo acallado por el griterío
de una moda con pretensiones de genialidad en su libertad de pensamiento. Igualmente
me ha complacido el comprobar que los espinosos senderos de la crítica que
conducen a una ciencia de la razón pura sistematizada única ciencia duradera y,
por ello mismo, muy necesaria no ha impedido que algunas cabezas claras y
valientes llegaran a dominarla. Dejo a esos hombres meritorios, que de modo tan
afortunado unen a su profundidad de conocimiento el talento de exponer con
luminosidad (talento del que precisamente no sé si soy poseedor), la tarea de
completar mi trabajo, que sigue teniendo quizá algunas deficiencias en lo que
afecta a la exposición. Pues en este caso no hay peligro de ser refutado, pero
sí de no ser entendido. Por mi parte, no puedo, de ahora en adelante, entrar en
controversias, aunque tendré cuidadosamente en cuenta todas las insinuaciones,
vengan de amigos o de adversarios, para utilizarlas, de acuerdo con esta
propedéutica, en la futura elaboración del sistema. Dado que al realizar estos
trabajos he entrado ya en edad bastante avanzada (cumpliré este mes 64 años),
me veo obligado a ahorrar tiempo, si quiero terminar mi plan de suministrar la
metafísica de la naturaleza, por una parte, y la de las costumbres, por otra,
como prueba de la corrección tanto de la crítica de la razón especulativa como
de la crítica de la razón práctica. Por ello tengo que confiar a los meritorios
hombres que han hecho suya esta obra la aclaración de sus oscuridades –casi
inevitables al comienzo -y la defensa de la misma como conjunto. Aunque todo
discurso filosófico tiene puntos vulnerables (pues no es posible presentarlo
tan acorazado como lo están las matemáticas), la estructura del sistema,
considerada como unidad, no corre ningún peligro. Son pocos los que poseen la
suficiente agilidad de espíritu para apreciar en su conjunto dicho sistema,
cuando es nuevo, y son todavía menos los que están dispuestos a hacerlo porque
toda innovación les parece inoportuna. Igualmente pueden descubrirse aparentes
contradicciones en todo escrito, especialmente en el que se desarrolla como
discurso libre, cuando se confrontan determinados pasajes desgajados de su
contexto. A los ojos de quienes se dejan llevar por los juicios de otros, tales
contradicciones proyectan sobre dicho escrito una luz desfavorable. Por el
contrario, esas mismas contradicciones son muy fáciles de resolver para quien
domina la idea en su conjunto. De todos modos, cuando una teoría tiene
consistencia por sí misma, las acciones y reacciones que la amenazaban
inicialmente con gran peligro vienen a convertirse, con los años, en medios
para limar sus desigualdades e incluso para proporcionarle en poco tiempo la
elegancia indispensable, siempre que haya personas imparciales, inteligentes y
verdaderamente populares que se dediquen a ello.
Könisberg, abril de 1787.
Consideraciones a la segunda edición.
Trata de evitar malentendidos.
El plan de la obra, las proposiciones y demostraciones se mantienen
habiendo sido revisadas.
Modificar una parte afectaría al todo dado el carácter estructural de
la obra.
Las correcciones afectarán a la exposición. También al método de
presentación.
Consideraciones acerca de la aceptación de la obra entre el público
alemán e invitación a que se complete su tarea.
El peligro no es ser refutado, sino no ser entendido. Imposibilidad de
concluir su plan dada su avanzada edad.
A pesar de ello el sistema no corre peligro.